DUBAI, Emiratos Árabes Unidos (AP) — En un reino que supo ser gobernado por una rotación de ancianos monarcas, el príncipe heredero Mohammed bin Salam sobresale como una cara joven de una nación joven. Pero detrás de una campaña que promueve la imagen de un príncipe sonriente que se codea con los grandes líderes y ejecutivos mundiales hay un lado oscuro que pocos ven.
El año pasado, a los 31 años, Mohammed pasó a ser el príncipe heredero, que llegado el momento reemplazará a su octogenario padre, el rey Salman. Promovió el permiso para que las mujeres pudieran finalmente manejar automóviles, al tiempo que encarcelaba a activistas que defienden los derechos de la mujer. Alentó las inversiones, pero detuvo a empresarios, miembros de la realeza y a otras personas en una campaña contra la corrupción que pareció una advertencia a la elite saudí.
Como ministro de defensa desde los 29 años, impulsó una guerra contra rebeldes chiítas en Yemen que comenzó un mes después de que asumiese las riendas del país y sigue todavía.
Lo que haga ahora afectará al principal productor de petróleo del mundo por décadas. Y, como parece demostrar la desaparición, y posible muerte, del periodista saudí Jamal Khashoggi en Estambul, el joven príncipe no tolerará la oposición mientras promueve su visión del futuro.
“No quiero perder tiempo”, declaró el príncipe a la revista Time este año. “Soy joven”.
Khashoggi, quien tiene permiso de residencia en Estados Unidos y escribió varias columnas para el Washington Post en las que criticó al príncipe Mohammed, desapareció el 2 de octubre, en que fue al consulado saudí en Estambul. Las autoridades turcas sospechan que fue asesinad y descuartizado por una unidad de 15 agentes saudíes, en una operación que, de haberse producido, seguramente fue autorizada por la monarquía Al Saud. El reino dice que las sospechas “no tienen sustento”, pero no ha ofrecido pruebas de que Khashoggi haya salido del consulado.
Por décadas, los monarcas saudíes fueron sucedidos por decenas de hijos del fundador del reino, el rey Abdul-Aziz. Cuando el rey Salman asumió en enero del 2015, de inmediato nombró al príncipe Mohammed como ministro de defensa, tomando al reino por sorpresa, dada la importancia del cargo y la edad del príncipe. Era uno de tantos nietos del patriarca saudí y se sabía poco de él.
De entrada el príncipe tuvo que enfrentar una crisis en Yemén, que se encuentra al sur del reino y donde rebeldes chiítas hutíes habían tomado la capital Saná. Aduciendo que los hutíes eran apoyador por Irán, Arabia Saudita armó una coalición que les declaró la guerra a los rebeldes.
Ha habido numerosas denuncias de que la coalición bombardeó por aire clínicas y mercados, matando a civiles.
Para el príncipe Mohammed, el conflicto es parte de lo que considera una batalla existencial entre Arabia Saudita e Irán en la que está en juego el futuro del Medio Oriente.
“No vamos a esperar hasta que la guerra llegue a Arabia Saudí”, dijo el príncipe a la empresa saudí MBC el año pasado. “Vamos a hacer lo necesario para que la batalla se libre en Irán”.
Su agresiva postura hacia Irán ha sido elogiada por el presidente estadounidense Donald Trump, que sacó a su país de un acuerdo nuclear con los iraníes negociado por el gobierno de Barack Obama, en quien los saudíes no confiaban mucho.
Antes de ser nombrado príncipe heredero, Mohammed visitó la Casa Blanca y entabló una estrecha relación con el yerno de Trump, Jared Kushner. La primera visita al exterior de Trump tras asumir la presidencia fue a Riad, la capital saudí.
Poco después Mohammed propuso que se permita manejar a las mujeres en esta nación wahabi ultraconservadora. Fotos de mujeres con abayas negras detrás del volante generaron simpatías en el exterior, lo mismo que las imágenes de mujeres viendo partidos de fútbol y yendo al cine por primera vez en décadas.
Paralelamente, sin embargo, el reino detuvo a mujeres que pelean por sus derechos.
Mohammed también alentó inversiones con la promesa de colocar en la bolsa la gigantesca empresa petrolera estatal, conocida como Saudi Aramco, pronosticando que su valor llegaría a los 2 billones de dólares.
El príncipe se entrevistó con personalidades del mundo empresarial en Estados Unidos y organizó una conferencia de negocios en el Ritz Carlton de Riad, en la que le dio la ciudadanía a un robot llamado Sofía.
Pocas semanas después, el hotel pasó a ser una prisión de lujo para una cantidad de empresarios y miembros de la realeza arrestados en el marco de los que Mohammed describió como una campaña contra la corrupción. Quienes fueron liberados tuvieron que traspasar parte de sus bienes al estado.
La falta de transparencia de la familia real hace que resulte difícil evaluar el impacto que el episodio de Khashoggi tiene en Arabia Saudí. La televisión estatal sigue difundiendo imágenes del príncipe Mohammed asistiendo a reuniones y desarrollando sus actividades normales, como si nada estuviese pasando.
Analistas aseguran que tiene el respaldo total de los sectores más poderosos del reino. Cultivada