En 1945, Occidente y Rusia derrotaron juntos a la Alemania nazi. Hoy, los aliados de entonces se encuentran profundamente divididos y celebran por separado el 70º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Siete décadas después de haberse unido en la lucha contra el régimen fascista de Adolf Hitler y de haber conseguido la capitulación de la Alemania nazi, los aliados están profundamente divididos. La discordia entre Estados Unidos, las potencias europeas y la Federación Rusa empaña las ceremonias con que se conmemora el 70º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Hace apenas un lustro la situación era muy diferente.
La canciller alemana, Angela Merkel; el primer ministro británico, David Cameron; y el mandatario estadounidense, Barack Obama, boicotearán la marcha militar del 9 de mayo en Moscú, haciendo gala de la misma altivez que exhibió el presidente ruso, Vladimir Putin, el pasado 27 de enero, cuando se abstuvo de asistir a la conmemoración de la liberación del campo de concentración de Auschwitz en Polonia.
Mediante estos gestos simbólicos, Occidente busca recordarle a Rusia que su anexión de la península ucraniana de Crimea en 2014 y sus presuntas estrategias de desestabilización en el este de esa exrepública soviética constituyen afrentas que no serán pasadas por alto. Pero, según Kathleen Smith, de la Universidad de Georgetown, Putin siempre estuvo consciente de que su invitación a los actos conmemorativos sería declinada.Gestos simbólicos de peso
“Putin instrumentalizará la ausencia de sus homólogos de Estados Unidos y Europa para continuar haciendo campaña antioccidental”, sostiene Smith, aludiendo al discurso oficial ruso según el cual el Kremlin está luchando contra los políticos de talante fascista y ultranacionalista que derrocaron al presidente ucraniano Víktor Yanukóvich y tomaron el poder en Kiev, apoyados por los servicios secretos estadounidenses.
Instrumentalizando los recuerdos
Smith va más allá y alega que esta narrativa puede ser aprovechada por Putin para que sus compatriotas toleren con mayor estoicismo las privaciones derivadas de las sanciones impuestas sobre Rusia por su injerencia en el conflicto interno ucraniano. Putin puede presentar las fricciones de su Gobierno con Occidente como tensiones entre Rusia y los aliados que traicionaron la lucha antifascista de hace setenta años.
“Las penurias que la Segunda Guerra Mundial trajo consigo están grabadas a fuego en la memoria colectiva de los rusos. Y Putin apela a esos recuerdos para responder a las sanciones occidentales contra su Gobierno”, dice Smith. Sin embargo, Erkki Bahovski, del Centro de Estudios de Defensa de Estonia, cree que la instrumentalización política de la actual discordia entre Rusia y Occidente puede ser un arma de doble filo.
“Los textos escolares rusos enseñan que la Unión Soviética estaba unida en un solo frente con Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Distanciarse de esas lecciones abruptamente, justo cuando se celebra la victoria de los aliados sobre la Alemania nazi, podría ser contraproducente”, señala Bahovski, dejando en el aire la noción de que las tácticas de manipulación tienen sus límites. Poner en juego la credibilidad del Gobierno es siempre una apuesta peligrosa.